«La tirisia», según Jorge Pérez Solano

No hay nada más triste que una madre separada de su hijo

Por Salvador Perches

Enclavada en la mixteca baja, en un pequeño poblado repleto de salinas, órganos y cactus, viento polvoso, silencio y calor canicular, la segunda película de Jorge Pérez Solano es una aproximación preciosista de la tragedia mayúscula: los miles de casos de las mujeres que han de renunciar a los hijos con tal de mantener la estabilidad familiar, rota por la pobreza y por la tumultuosa migración que separa no sólo a las parejas sino a las comunidades. Todo en un entorno que se niega a dejar la magia y el ritual como parte de su cultura profunda y atávica.

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El actor Noé Hernández ha sintetizado la larga estancia en Zapotitlán Salinas, un pueblo agreste, situado en la sierra mixteca poblana, de manera sucinta y apabullante: “Ahí, todo te lastima, las espinas, el sol, el aire, el polvo”. Y fue justo en ese lugar, un valle de yeso y caliza, de temperaturas candentes y vista totalmente árida, rodeado justo de las salinas minerales que dan honor a su nombre, con un paisaje fuera de lo convencional: metros y metros de blancos residuos minerales secándose al sol.

Ahí se encontraba el sitio apropiado para que el director oaxaqueño Jorge Pérez Solano rodara su segundo largometraje de ficción, La tirisia (México, 2014), en el que retrata un hecho real y sumamente desgarrador: las historias de cientos de mujeres cuyos maridos partieron como inmigrantes ilegales, y que han debido elegir abandonar a sus hijos, concebidos fuera del matrimonio, cuando sus pareas regresan a casa, para mantener la estabilidad de sus familias. Dos son las mujeres que tomaron tan terrible decisión en la cinta: “Cheba” (Adriana Paz) y “Serafina” (Mercedes Hernández) y que acaban padeciendo la enfermedad de la eterna tristeza, a la que llaman tirisia.

Es el propio Pérez Solano quien define la tirisia como: “una enfermedad que no tiene base científica ni sustento etimológico, por muchos años ha sido asociada a la ictericia, pero sus síntomas tocan más el alma y el espíritu que el páncreas y la bilis. La enfermedad ataca cuando el espíritu huye porque se reciben sustos o sorpresas desagradables, pero en la mayoría de los casos, se presenta por la ausencia de un ser querido.”

Tan desolada y agreste como sea su geografía y abandonado y despoblado sea su entorno, empero, se preserva la cultura tradicional de los pueblos mixtecos y popolucas, sus rituales y formas de curar, sobre todo los varios remedios y fórmulas mágicas y naturales con los que “Canelita” (Noé Hernández) intenta que la tristeza abandone a Cheba; la esquiva manera de expresarse, aún con pocas, contadas palabras y frases una dureza y rudeza transparentes, pero, sobre todo, una muy bella reconstrucción de la tradición de los payasos que hacen maromas mixtecas sobre un trapecio o una cuerda floja, cuya música ha sido grabada en el disco Maroma por Pasatono Orquesta (Discos Corazón), con composiciones del director del grupo, Rubén Luengas.

Con dirección, guión y producción de Pérez Solano, la cinta, que cuenta con fotografía y producción de César Gutiérrez Miranda, y edición de Francisco X. Rivera tuvo su estreno mundial en el vigesimonoveno Festival Internacional de Cine en Guadalajara, donde compitió por el premio Mezcal y Gustavo Sánchez Parra ganó, por su papel de “Silvestre”, el premio a Mejor Actor, luego obtendría los premios el Alejandro de Oro a Mejor Película en Tesalónica, Grecia, y el Roger Ebert en Chicago, Estados Unidos, y el Premio del Jurado y el Público en Fresnillo, y en la quincuagésima séptima entrega del Ariel, recibió los correspondientes a Mejor Actriz para Adriana Paz y Mejor Coactuación Masculina para Noé Hernández. Luego de formar parte de la programación de la quincuagésima octava Muestra Internacional de Cine, La tirisia, recorre desde junio un amplio circuito de cinetecas y salas de exhibición en México.

¿Qué voz es la tirisia, qué lengua, qué significa?

La tirisia es una enfermedad que nos daba de niños cuando se nos escapaba el alma, que nos ponía a todos despasaguados, todos sonsos, decían nuestras mamás. Después, empecé a pensar en esta historia y me puse a investigar un poco de donde venía la palabra tirisia y encontré que se asemeja mucho a la ictericia, la ictericia que es una enfermedad del hígado por la que se pone amarilla la piel, la bilirrubina se sube y tiene una serie de consecuencias físicas parecidas…

… como la hepatitis…

…eso es lo que decían que es la ictericia. Cuando empecé a escribir la historia, me puse a pensar que la enfermedad tiene algo más allá de lo físico, es algo mental, es un estado de ánimo, entonces no necesariamente tiene que ver con la bilirrubina. Por eso mucha gente me dice que tirisia se escribe con “C”, cuando la asocias con la ictericia. Yo la asocie de una manera más mágica, por decirlo de alguna manera, me justifiqué diciendo que es una palabra que no tiene ningún sustento etimológico, ninguna basé científica, si no, se curaría con pastillas y con antidepresivos, pero la tirisia como tal, no se cura.

De ahí que la película sea tan ritual, tan espiritual, pues la cura no es con medicina alópata.

Es con las flores, un poquito con la música, con los colores, todo eso te va a llevar a la alegría, nuestras mamás, nuestros abuelos, nos decían que así se curaba la tirisia. Es coherente, todo aquello que significa alegría; la música, los colores, el vestuario, el maquillaje, cuando Canelita la maquilla es un poco también para cambiarle la cara y todo eso tiene un significado en la película, tú ves este paisaje desolado, lleno de órganos, donde solamente hay polvo.

Inclusive el trabajo sonoro esta ausenté o carente de la mayor parte de la fauna, del canto de las aves que existen en el lugar. Con el diseñador sonoro nos metimos a la tarea de quitar todos esos cantos y solamente dejar algunos cuantos para sentir que ese espacio tan vivo, tan lleno de plantas −porque la planta, a final de cuentas es eso, es la representación de la vida− estaba carente de ese canto.

¿En donde encontraste ese paisaje tan inhóspito?

La filmé en Zapotitlán Salinas, cerca de Tehuacán, en Puebla, está de camino para llegar a Huajuapan de León, que es donde filmé Espiral (México, 2008). Y es otra preocupación que tengo, la cuestión de la identidad. A final de cuentas vivimos en estados, como Puebla o Oaxaca, que se fundaron con la llegada de los conquistadores. Antes esos territorios estaban divididos por zonas culturales, tanto Zapotitlán como Huajuapan forman parte de la mixteca baja, dicen en Zapotitlán que ellos son popolocas, una cultura de la que poco sabemos pero que, a final de cuentas, fueron dominados por los mixtecos. Entonces por eso me atrajo, porque también está enmarcada dentro de lo que fue el territorio de la mixteca baja.

Aunque se trata de dos historias diferentes, Espiral y La tirisia tienen puntos de conexión, como el severo problema de que muchas comunidades se están acabando por la migración, las mujeres se quedan solas o se quedan viejos y niños, y terminan siendo pueblos fantasmas.

Siempre dije que La tirisia es el lado B de Espiral, pues mientras ésta termina en una fiesta, las mujeres solucionan sus problemas con los hombres, no tanto de la sexualidad ni vericuetos más personales, sino la situación social de la mujer que se está quedando sola dentro de un pueblo. Aquí, en La tirisia, sí me meto en la cuestión que ocurre más seguido: las mujeres obviamente tienen necesidades, igual que los hombres, y de alguna manera tienen que satisfacerlas. A veces, la ingenuidad en que se encuentran hace que no midan las consecuencias de sus actos.

En el momento que estaba levantando Espiral, una persona en Oaxaca me dijo que cuando sus sobrinas descubrieron el poder anticonceptivo de la Coca-Cola empezaron a ser felices. Y eso es lo que es Cheba, ella piensa que la gaseosa también la va ayudar a ser un poco feliz cuando ves estos lavados después del coito con Silvestre.

La película trata también el tema de la maternidad y a partir de ahí Cheba se enferma.

También es una posición personal. Yo creo que no hay nada más triste que la separación de una madre de su hijo, lo hacen por ciertos condicionamientos sociales que les exigen que siempre tengan la compañía de un hombre. Ellas buscan tener un hombre, un esposo que las apoye y las ayude y en la ausencia del hombre, ella satisface esta necesidad pero ve en peligro su estabilidad social. Eso para mí es bien triste, que tenga que deshacerse del hijo para poder continuar con su vida, mientras ves al esposo que acaba de pasar por un bar de mala muerte, le paga dinero a una chava para que le de unas cuantas caricias. Llega al día siguiente y nadie le dice nada y no va tener ninguna consecuencia de sus actos, en cambio la mujer sí.

Canelita, ese personaje hermoso, le dice: hay necesidades y ella no fue la que se fue.

Si, Canelita es un personaje que está entre ambos, porque también le dice a Cheba: “no te juzgo lo cusca, sino lo pendeja”. O sea, todos podemos andar cusqueando pero tampoco andes exhibiéndote, en esta doble moral que vivimos de señalar las cosas sin asumir que nosotros también estamos cometiendo las mismas equivocaciones. Canelita era el punto brillante dentro de toda esta historia de tristeza y me dio mucho gusto que un actor como Noé Hernández, que de pronto estaba cayendo en el estereotipo del hombre rudo, fuerte, matón, del indio malo, aceptara hacer este papel, lo afrontara. Nos costó un poco de trabajo a los dos, en primera a mí por aceptarlo físicamente y luego a él por aceptarlo dentro de la construcción del personaje, pero creo que fue un experimento que salió bastante bien.

Definitivamente, es un personaje muy humano, no es la loca desmecatada, además tiene su galán, un soldado. Es muy consentidor con Cheba, pero también la pone quieta, igual que al marido.

Es muy claro, él no quiere ser una mujer, no quiere ser un hombre, quiere ser un gay o, diríamos, un puto. Él quiere ser eso, no hay ni siquiera necesidad de decirlo, no quiero transgredir aquello que físicamente me está impedido, quiero ser lo que soy más lo que me permito ser. Eso es lo que yo buscaba en ese personaje, no renegar de mi hombría, ni aspirar a ser mujer. Cuando le dice: “¿dónde me ves las chichis para ser mamá? Yo no aspiro tener un hijo”. Ella o él, no sé cómo decirle, es feliz, es feliz como es.

Además está en feliz concubinato con su milico.

Sí, su historia es más fuerte. Algún día la escribiré. En mi cine las historias se van concatenando, de pronto eso está pasando. Ahorita tengo claro cuál es el nuevo proyecto que voy escribir, pero también ya está la historia de Canelita, que es un personaje que no terminó de ser todo lo redondo que debía de ser, porque no era su historia sino la de Cheba, un poco la de de Ángeles Miguel, era todavía un poquito aderezada con la mamá, que es Serafina, que me parece un personaje monstruoso, pero que la sociedad está llena de esas mujeres. Cuando estaba escribiendo esa historia, de pronto hablaba con muchas mujeres y se quedaban calladas. Pensaba: algo pasó y había situaciones muy parecidas: Mi hermano me toqueteo y mi mamá no dijo nada. Mi primo anduvo tras de mí, yo le dije mi mamá y no me creyó. ¿Qué tantas historias estamos ocultando en una familia que creemos que es decente o normal?

¿Por qué hay tan pocos diálogos?

¿Has estado en provincia? ¿Has hablado con la gente? Son de pocas palabras. También fue una cuestión de platicar con el editor y con el fotógrafo para utilizar un estilo más lento −a veces acelerábamos un poco más−, pero en general era así. Así es en provincia, de pronto podemos estar sentados, platicar o no decir nada: “bueno nos vemos”, “bueno nos vemos”. Sabemos lo que está pasando, son espacios tan pequeños que conocemos nuestras historias, son familias tan cercanas que también sabemos lo que está pasando uno con otro, por eso luego las cosas no se dicen tan directamente. La película está llena de eso, de espacios que el público o el espectador va a tener que llenar, de pronto el primer acto terminó en donde ves un padre muerto y no vuelvo a tocar ese tema, el público habitual se preguntará quién lo mató, ¿vino un asaltante? Eso no es lo importante, sino el significado de lo que está pasando. El segundo acto termina con el pinche político. ¿Qué pasó con el político? No nos importa todo lo que hay alrededor, sino lo que está pasando en esas pequeñas historias, en esas pequeñas vidas, que aparentemente son desechables, deleznables, nadie las pela, nadie las ve, pero están ahí recordándonos lo que somos, no porque para mí eso es lo que somos.

La película es absolutamente intimista en un paisaje hermoso y tan desértico como los personajes que lo habitan, casi no hablan y el contacto con la naturaleza es tan silente como lo es con sus congéneres.

Sí, así es, así debe haber sido todo el tiempo. De pronto no tenemos espacios urbanos, hay poquitos. ¿Cuántas camionetas ves?, ¿cuántos vehículos vez? Sólo Silvestre y su camioneta que anda por todos lados, los demás van caminando. Era recuperar la esencia de la naturaleza del ser humano, a mí me parece −no sé si lo leí o si llegué a la conclusión, ya no quiero ser tan pretencioso−, que de pronto nosotros estamos todo el tiempo luchando contra nuestra naturaleza brutal, que es Silvestre, que cando tiene una necesidad, va y la satisface con quien cree que debe hacerlo, que en este caso es el espécimen más joven, Cheba. Y ella, a su vez, satisface su necesidad con quizás el único espécimen pero que por lo menos lo ve fuerte. O sea, estamos satisfaciendo todo el tiempo nuestras necesidades, cuando creo que la función del ser humano es otra, es crear otro tipo de cosas.

Me parece una película redonda, y no pensé que hubieran pasado seis años entre Espiral y La tirisia, qué bueno ya hay otro proyecto en puerta.

Sí, lo que intento es acortar esos tiempos de producción. Después de Espiral deje año y medio sin escribir nada, ya sabes esta cuestión de los festivales, de ir a intentar vender la película, ir a presentarla y uno se queda medio pasmado. Ahora no quiero dejar pasar tanto tiempo, de por sí tenemos poca vida creativa y luego gastarla en flojeras como que no va.

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