El infierno de dos hombres atrapados en «7:19. La Hora del Temblor», de Jorge Michel Grau

El verdadero horror de estar enterrados

Por Irving Torres Yllán

Pese a que los terremotos que destruyeron extensas porciones de la Ciudad de México en 1985 fueron, indudablemente, la gran tragedia del siglo xx en la capital del país, la cinematografía mexicana se ha ocupado muy poco de retratar el horror y la destrucción que provocaron. Ahora, treinta y un años luego de los sismos, el realizador Jorge Michel Grau, afecto al género de terror, narra el claustrofóbico encierro de dos sobrevivientes atrapados por los escombros en 7:19. La Hora del Temblor.

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La fecha del 19 de septiembre de 1985 difícilmente se olvidará en el Distrito Federal. Ese día, la urbe se vio sacudida por uno de los fenómenos naturales más intensos que la hayan asolado: un sismo de tipo trepidatorio, a la vez que oscilatorio, que sacudió al país, alcanzando su punto de mayor destrucción en la capital de México, con una duración de casi dos minutos y una magnitud de 8.1 grados en escala de Richter. La cantidad de muertos aun es desconocida así como la de desaparecidos, aunque oficialmente se habla de 10 mil.

El tema ha sido tocado en diversas ocasiones por el cine mexicano, aunque el único largometraje de ficción dedicado enteramente a ello ha sido Trágico terremoto en México (México, 1987), de Francisco Guerrero y guión de Reyes Bercini, que aprovechaba los estragos que aún se veían en la ciudad unos meses después. Fuera de ello se le ha aludido en diversas películas como Mariana, Mariana (México, 1987, de Alberto Isaac), El día de los albañiles 3 (Y dónde te agarró el temblor) (México, 1987, de Gilberto Martínez Solares) o en Ciudad de ciegos (México, 1989, de Alberto Cortés).

Ahora, en 2016, se produjo una película que se adentra completamente en la situación al instalarnos al interior de un edificio que se derrumba durante el sismo, 7:19. La Hora del Temblor (México, 2016), dirigida por Jorge Michel Grau, quien en el 2010 sorprendiera con su debut cinematográfico Somos lo que hay (México, 2010) y ahora muestra un gran crecimiento y madurez como realizador.

Luego de estudiar Comunicación en la unam y realización por el Centro de Capacitación Cinematográfica (ccc), Grau se graduó en España, en la Escola Superior de Cinema I Audivisuals de Cataluya (escad) en la especialización de dirección cinematográfica. De regreso a México estudió en la escuela de teatro de la Universidad Nacional (cut), con Raúl Quintanilla, y dirección de arte en el ccc, con Alejandro Luna.

Destaca, en la cinta un extraordinario plano secuencia inicial que nos permite seguir a los personajes no sólo para presentarlos sino para que, de alguna forma, podamos ubicarles en el espacio físico y saber dónde están cuando la oscuridad les cubra. Luego de que ocurre el sismo y se desploma el edificio, es una genialidad la forma en que el director nos va abriendo el mundo, sacándonos de lo claustrofóbico del momento para dejarnos respirar cada vez un poco más. Pocas veces los directores mexicanos se atreven a jugar con los diferentes formatos en pantalla para crear sensaciones y, en esta ocasión, el resultado es impactante.

Producida por Alameda Films, Alebrije Cine y Video y Velarium Arts, 7:19 fue la película inaugural del xix Festival Internacional de Cine Guanajuato (giff). Rodada en los Estudios Churubusco y protagonizada por Damián Bichir y Héctor Bonilla, estrenará en la cartelera nacional el 23 de septiembre, con 250 copias de Cinépolis Distribución.

Por este motivo, les presentamos una entrevista con Jorge Michel Grau.

Podría parecer una película atípica respecto del cine de género que venías haciendo, pero que en realidad se inscribe muy bien dentro en tu trabajo, al abordar un tema social que roza el horror de muchas formas y que es sumamente actual, con ecos que nos alcanzan hasta este 2016.

Justo la urgencia de escribir un guión así fue lo que me movió a buscar un tema que pudiera, de alguna manera, mostrarnos lo que está sucediendo hoy en día en México. De lo que 7:19 va, a grosso modo, es sobre dos personas atrapadas en un edificio que se colapsa en el terremoto. Haciendo el símil con lo que está pasando ahora, un poco es esta tragedia que nos está aplastando, en este desorden de país que tenemos ahora, en este tiradero, es una tragedia que tiene a todos los mexicanos atrapados. Un poco por ahí fue por donde comenzamos a escribir esta historia. La primera motivación era recuperar este hecho de 1985 que tiene un largo aliento con lo que está pasando hoy en día y creo que funciona muy bien porque tiene unos símiles muy exactos con lo que estamos viviendo.

La cinta empieza con un largo travelling que muestra la interacción de todos los personajes y acabamos con dos protagonistas sin sentir nunca que sea teatral, ¿cómo llegaste a esto?

La apuesta era tratar de explorar lo que sucedía debajo de los escombros. Se ha visto mucho documental sobre el terremoto de 1985, hay muchos expertos –tanto cronistas, como historiadores, como gente que participó directamente en el rescate o en la posterior planificación de la ciudad–, pero todo eso sucedía afuera, en todo lo visible, y yo quería irme a este espacio invisible del que casi nadie habla, del que casi nadie sabe, el que era adentro de los escombros, el universo de las víctimas. ¿Qué pasaba con las personas adentro de los edificios mientras esperaba el rescate? En buena medida la gente podía creer que el gobierno estaba increíblemente movilizado para rescatarlos y conforme fue avanzando el tiempo nos dimos cuenta de que no era así, lo que sucedió fue que la sociedad civil tuvo que responder y reaccionar ante la tragedia, organizarse y rescatar a la gente. La apuesta era partir de las preguntas: ¿Qué pasa adentro de la tragedia? ¿Cómo la vive la gente?

Otro de los pretextos que buscábamos era esta exploración de las clases sociales: ¿qué pasa si uno de ellos es un político de alta alcurnia, que está en un puesto muy importante, del cual se beneficia, y el otro es un velador, una persona a pie, del pueblo, un trabajador que necesita largas jornadas de trabajo para poder sobrevivir? ¿Qué pasa cuando estos dos universos se enfrentan en un mismo espacio?

El reto, como lo planteamos desde el inicio, era hacer que estos dos personajes nos guíen por esta exploración. Ver esta situación a través de estos dos personajes completamente inmóviles, que no tienen espacio porque el edificio que los aplasta no sólo los confina a un sitio reducido, sino que los atrapa. Era simplemente ver una interpretación actoral que a través de los ojos, de una intimidad de ese tamaño, nos pudiera transportar a estos dos universos. El riesgo se tomó pensando en dos grandes actores que pudieran hacernos viajar a través de su interpretación y, la puesta en cámara trataba de romper con los planos convencionales, tratar de hacer una puesta en cámara que satisficiera al público y que no se aburriera, y que al final estuviera viendo una puesta en escena con dos personajes hablando toda la película.

En las tomas del edificio colapsado sorprendes con algo inusual en el cine mexicano: jugar con diferentes formatos de la cámara y la vas abriendo poco a poco conforme los personajes van descubriendo más de su entorno. ¿Por qué llegaste a esta decisión técnica?

Decidimos que esa era la mejor manera de hacer entrar al público al espacio. Primero, yo no quería mostrar todo de un jalón, quería mostrar este choque sorpresivo para todos, porque en 1985 nadie le tenía miedo a los temblores, por lo menos no a que se derrumbara la ciudad. La gente no salía de los edificios, se quedaba en el marco de la puerta, esperando a que pasara y ya. Toda la gente que se queda atrapada en este edificio en el filme es sorprendida por el terremoto. Ese era nuestro punto de partida, ¿cómo vamos a hacer que el público se sienta también encerrado y vaya conociendo el espacio? Jugamos con la imagen del iris del ojo, el cual, conforme se va acostumbrando a la oscuridad, tiene una mejor percepción del espacio, puede ver un poco más. Al principio cuando abres el ojo en la obscuridad absoluta no ves nada y conforme pasa el tiempo puedes ver un poco más y más hasta que tu ojo se acostumbra a la obscuridad y tienes una clara visión de lo que está sucediendo en el espacio en el que estas encerrado y por ahí nos fuimos, en generar esta claustrofobia, esta sensación de angustia de que al abrir el ojo no ves absolutamente nada y, conforme avanza el tiempo, vas descubriendo más cosas.

El segundo arranque era ir introduciendo ciertos elementos dentro de la narración que a lo largo de la película van a ir cobrando mucha importancia. No sólo el descubrimiento de Martín Soriano (Héctor Bonilla), el velador, que está a un lado del licenciado Fernando Pellicer (Demián Bichir), sino de los otros personajes que hablan durante la película y otros elementos como la radio, que son los que provocan que el aspecto de la película se abra, dándole al espectador la posibilidad de ver más allá de lo que está sucediendo, aunque estén en ese espacio tan confinado y tan pequeño. La percepción se va ampliando porque van entrando elementos narrativos importantes.

Creí esa era la mejor manera de plantearle al público la apertura de percepción.

En el cine mexicano no se le da tanta importancia al diseño sonoro pero en tu película es muy interesante y nos lleva a distintas profundidades, a diferentes capas del edificio.

Es un punto muy importante. Nosotros estábamos haciendo la apuesta del diseño sonoro, pues era el 50 por ciento de la narración. Nosotros estamos viendo a dos personas encerradas pero no sabemos lo que está sucediendo afuera. El camino que seguimos fue que al momento que Alberto Chimal y yo escribimos el guión, hicimos la línea de tiempo de la ficción que sucedía dentro de los escombros, pero estaba sujeta a la línea de tiempo del suceso real, a lo que estaba sucediendo afuera del cuadro, entonces el diseño sonoro atendía a esa necesidad. ¿Cómo vamos a hacer para que el hecho de ficción se ligue al hecho histórico? A través del diseño sonoro. Las cosas que van sucediendo en sonido, como la llegada de los primeros voluntarios, la llegada de los rescatistas, los perros que ladran justo antes del temblor, nos iban marcando esta veracidad de la historia y todo eso sucede en el diseño sonoro.

Por otro lado tenemos al otro gran personaje que es el edificio. El edificio tiene sometidos a estos personajes y está activo en la película, todo el tiempo se sigue comprimiendo y reacomodando, y conforme los personajes hablan o están dialogando ciertos temas, el edificio contesta, hay acentos dramáticos que da el mismo edificio. La película no tiene nada de música, nada de score, la apuesta era que fueran los sonidos del edificio: los rechinidos, el reacomodo, las piedras cayendo. El edificio está vivo junto con ellos. Christian Giraud, el diseñador sonoro, se fue a meter a cuevas para poder grabar esos silencios que tienen una característica muy especial… dejaba caer piedras para poder repetir esos sonidos en el edificio y tratar de inventar que pasa adentro porque hay poca documentación de momentos dentro de los edificios, hay mucha del exterior pero poca de adentro, nosotros sólo pudimos ver dos videos y son muy cortos, entonces tuvimos que inventar todos estos sonidos dentro de los escombros.

La gente podría pensar que 7:19 es uno de estos grandes dramas del cine mexicano, pero es una película con un humor negro demasiado fino, por momentos, una apuesta muy arriesgada. ¿Cómo fue la creación de este guión con Alberto Chimal, para llegar a los puntos dramáticos bien estructurados y, a la vez, tener humor para que el espectador se relaje y siga viendo el horror en pantalla?

Yo creo que es sintomático, está en nuestro gen, por eso Alberto y yo lo platicamos tanto. ¿Qué pasaría si una persona está en esa situación después de tantas horas? Y los dos llegamos a la conclusión de que seguramente haría un chiste sobre su propia situación. Los mexicanos nos reímos de la muerte, de nuestra situación, cuando no entendemos algo que está cerca de nosotros le inventamos un chiste, somos los reyes del meme, entonces era como adentrarnos en este universo real del mexicano. Estas contestaciones que salen del alma, que salen de la piel, cuando hay una situación incómoda y la única manera de relajarnos o perder un poco la ansiedad o el estrés es contando un pequeño chiste.

Era un riesgo. Recuerdo perfectamente las primeras lecturas con Demián Bichir, él me decía que le preocupaba un poco estos como cierres de comedia, esta comicidad negra, ácida, dolorosa, de esos chistes dolorosos de los que te ríes y luego dices “¡ouch!”. Buscamos estos momentos adecuados para que la gente se enganchara con esta sensación de la necesidad de contar un chiste, porque estas en una situación extrema que te está lastimando y jugar luego un poco con eso, dejarlos reír e ir por un área más ligera donde están sucediendo un par de chistes muy oscuros y después viene un cachetadón que te hace abrir los ojos y recibir esa realidad de una manera mucho más profunda y dolorosa. Era jugar un poco con ambas situaciones.

El riesgo siempre está en cualquier película cuando uno toma una decisión dramática, siempre se corre el riesgo de que se desbalague un poco el discurso o la puesta en escena, pero aquí se asumió y creo hay momentos donde esta comicidad negra funciona muy bien.

Uno de los grandes méritos de la película es la escenografía, afortunadamente no es el cachirulazo al que estamos acostumbrados a ver en este tipo de cine mexicano, pues es muy real. ¿Cuáles fueron los riesgos de tener siempre la misma escenografía en los Estudios Churubusco?

El riesgo era altísimo, hasta cierto punto pecamos en el reto, era poner muy elevado el listón, no conformarnos con lo fácil. Para ejemplificar, estuvimos viendo una película española, Enterrado (Buried, España-Estados Unidos-Francia, 2010), de Rodrigo Cortés, que cuenta la historia de un secuestrado que está dentro de un ataúd. La puesta en cámara era muy pegadita al personaje pero de pronto rompía la pared del ataúd y veíamos planos muy abiertos, donde quedaba en el centro y había un limbo oscuro alrededor y yo sentía que eso rompía mucho con la película.

Entonces, cuando hablaba con el diseñador de producción, Alejandro García, yo le hacía mucho hincapié en eso: nunca vamos a romper la pared del set. La cámara siempre va a estar en el mismo espacio donde ellos estén, no quiero que las paredes se muevan para poder poner cámara. Quiero que se muevan para seguridad de los actores, que estén protegidos y que no haya ningún atentado contra el actor, someterlos a una tortura física con tal de llegar a un resultado me parecía totalmente absurdo teniendo dos grandes intérpretes. Mi apuesta era protegerlos, pero la cámara tiene que estar en un espacio donde nos sintamos enterrados.

Además, yo sufro un poco de claustrofobia. No me subo a elevadores, Metro o Metrobús, y quería sentir miedo del encierro, por lo que era un trabajo constante con Alex y su equipo de estar metiéndome en ese espacio y decirles que necesitaba más opresión, más gris, más estilos. Quería que los fierros retorcidos me hicieran sentir vulnerable y con riesgo de picarme, de cortarme. Yo no quería una escenografía de una película de Capulina, sino que la gente se sintiera aterrada con el verdadero horror de estar encerrados, aunque nunca lo hubieran estado y la única manera era conseguir algo increíblemente verídico que te hiciera aceptar la convención y decir que así se ven los escombros, aunque nunca hayas estado adentro.

Fue un trabajo muy minucioso de cuatro semanas de construcción, primero hicimos pequeñas maquetas, definimos las posiciones de los personajes y, a partir de ahí, se empezaron a hacer maquetas tamaño natural. Luego el equipo de Alex entró a la construcción y los carpinteros medio se volvían locos porque están acostumbrados a hacer escenografías rectas, con ángulos, con piezas de madera bien cortadas y aquí era todo lo contrario, había que meter desastre, caos, nada podía ser geométrico, tenía que ser muy espontáneo y espantoso. Fue un reto que fueron resolviendo conforme avanzábamos.

Al final, pocos días antes de filmar, le pedimos asesoría a un topo que estuvo involucrado en los rescates del 85 y lo metimos al espacio y dijo: “¡Así, así es como se ve!” y eso nos dio la garantía de empezar a rodar.

Otro elemento del que se ha hablado poco es la iluminación, el ejercicio que hace Juan Pablo Ramírez (director de fotografía) con la luz ahí adentro, también ayuda y aporta mucho para dar la sensación de claustrofobia extrema.

¿Qué tal fue trabajar con Héctor Bonilla, nos regresas al gran actor que hacía mucho no veíamos así en cine?

Estoy muy contento con lo que pudimos hacer juntos. Yo tenía una lista de opciones para ese personaje y él estaba ahí pero yo tenía cierta inclinación por otro actor. Pero cuando Demián se suma al proyecto y empezamos a dialogar, puso el dedo y me dijo que volviera a pensar en Héctor, que los viera juntos. Hice el ejercicio de ver a la pareja, tratar de imaginar que pasaría con Héctor como el velador bonachón que se lleva bien con la gente y al repasar un poco su trabajo actoral encontré grandes momentos actorales y eso era lo que me gustaría ver. Le mande el guión y, al día siguiente, el señor viene con una cantidad de propuestas, sugerencias, alternativas en diálogos, que hace que el trabajo se comience a construir desde la primer lectura. Es un tipo con una experiencia increíble y además es amable, elegante, es un tipo que nunca se quejó a pesar de estar en una posición terrible, muy incómoda. Mi madre, Mayra Grau, que es terapeuta, estuvo todo el rodaje en el set para la recuperación muscular y ante cualquier tipo de presión ella de inmediato los atendía porque las condiciones eran complicadas. Héctor Bonilla tenía 76 años y salió mejor librado que todos. Era impresionante verlo trabajar, además, es un tipo tan amable, tan cortés, que hace que el trabajo sea fácil en esas condiciones terribles: teníamos obscuridad absoluta en el foro, trabajamos nada más con la lámpara de mano. Y llegaba un momento tras dos semanas, que la gente se sentía agobiada y Héctor hacía que la vibra, la energía, cambiara. En el ámbito de la interpretación era llegar de inmediato al personaje y a tocar las fibras y la piel como lo habíamos estado platicando, dio muy bien el personaje y por donde había que llevarlo.

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Este artículo forma parte de los contenidos del número 48 de la revista cine TOMA, de julio-agosto de 2015. Consulta AQUÍ dónde conseguirla.7_19-695458593-large

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