Hay, sin duda, mucho esperpento
Por Salvador Perches
La vida de Coral Bonelli-Fernando García Ortega “Pinolillo” junto a su madre, Lilia Ortega, reunía diversos y muy precisos elementos que interesan profundamente al productor cinematográfico Roberto Fiesco: la vida en el escenario y en los sets fílmicos, el olvido y la indiferencia del medio artístico, la relación maternal y filial, el cambio de sexo y la pobreza, todo con elementos melodramáticos tan poderosos que le decidieron a realizar su primer largometraje documental.
Un pequeñuelo de quijadas anchas y abundante cabello oscuro, con una despeinada raya al lado, gimiente, golpeado y sufriente, apareció como hijo al lado de una rabiosa Katy Jurado, en el papel de Eulogia, en un mísero anillo de pobreza, rodeado de algunas de las más importantes figuras cinematográficas de la época, como Sara García (una filantrópica “Anciana”), Julio Aldama (el ebrio cargador sin empleo, “Jonás”); Estela Inda (como otra madre histérica y golpeadora, “Cuca”), y Pancho Córdova (como el indefenso zapatero devenido en homicida “Jacobo”), en uno de los melodramas clásicos del tan cacareado Nuevo Cine Mexicano, el cortometraje “Caridad”, de Jorge Fons, parte del filme tándem Fe, esperanza y caridad (México, 1974, de Luis Alcoriza, Alberto Bojórquez y el citado Fons, todos con guión de Julio Alejandro). Se trataba del debut del niño Fernando García Ortega “Pinolito”, quien tendría un intenso cual fugaz paso por las pantallas de esa renovada cinematografía nacional, siempre en pequeños papeles, casi de extra, al igual que su madre, la actriz y cantante Lilia Ortega, conocida también como “doña Pinoles”.
Mayúscula, por tanto, fue la sorpresa de Roberto Fiesco cuando, una década atrás, cuando fungía como productor ejecutivo del largometraje El mago (México, 2004, de Jaime Aparicio), se reencontró con esta extraña y entrañable pareja, que formaba el perfecto ejemplo de cómo la industria fílmica puede deglutir a sus miembros y despojarlos de los estrellatos anhelados y de las efímeras glorias por venir, con una salvedad: además de la pobreza, Fernando había decidido adaptar la identidad femenina que siempre había deseado y ahora se presentaba como una rubia cuarentona de nombre Coral Bonelli.
Esa mezcla de carreras truncas, dignidad ante la pobreza en que sobrevivían y la difícil decisión de convertirse en una persona transgénero, convencieron a Fiesco de emprender una aventura fílmica con madre e hija. El resultado es un filme en el que se reúnen la memoria y el testimonio de este dúo de personajes, entre su entorno familiar, sus recuerdos de la farándula, la cotidianidad de su vida en las cercanías de Garibaldi y los restos de sus pasajes fílmico y de las pequeñas participaciones que han tenido en años recientes: Quebranto (México, 2013), su primer trabajo como director de un largometraje documental.
Con fotografía de Mario Guerrer, edición de Emiliano Arenales Osorio y guiónde Julián Hernández y del propio Roberto Fiesco, este trabajo incluye apariciones del propio Jorge Fons, de Patricio Pereda, de Joaquín Rodríguez y de la entrañable pareja de madre e hija/o, que cantan, actúan, se disfrazan, abren su vivienda y sus celebraciones familiares, en un caleidoscópico retrato que, a la fecha, ha merecido el Premio Especial del Jurado en la Sección Documental Iberoamericano, el Premio Maguey y el Guerrero de la Prensa en el xxxviii Festival Internacional de Cine en Guadalajara, además del Premio del Público en la quinta Muestra Nacional de Cine de Fresnillo y en el quinto Festival de Cine Mexicano de Durango –en el que ganó también una Mención Especial–, además de contar con la Beca Cuauhtémoc Moctezuma-Ambulante de postproducción.
Egresado del Centro Universitario de Estudios Cinematográficos de la unam y de la Escuela Nacional de Arte Teatral del inba, Roberto Fiesco es productor de los largometrajes Mil nubes de paz cercan el cielo, amor, jamás acabarás de ser amor (2003); El cielo dividido (2006), Rabioso sol, rabioso cielo (2009), Atmósfera (2009) y Yo soy la felicidad de este mundo (México, 2013), de Julián Hernández. También fue productor de El mago (2004), de Jaime Aparicio; La vida inmune, de Ramón Cervantes; Partes usadas, de Aarón Fernández, Todos los días son tuyos, de José Luis Gutiérrez; Espiral, de Jorge Pérez Solano; Martín al amanecer, de Juan Carlos Carrasco, Las razones del corazón, de Arturo Ripstein, y Asalto al cine, de Iria Gómez Concheiro, además de un sinnúmero de cortometrajes. Becario del Programa Jóvenes Creadores del Fonca, en 2006 recibió el Premio Universidad Nacional para Jóvenes Académicos. Ha dirigido los cortometrajes David (2005), y Paloma (2008), así como Quebranto (2012), su ópera prima documental.
¿Cómo ocurrió el primer encuentro tuyo con Lilia Ortega, la mama de “Pinolito”, y con él?
Lilia participó en la filmación de El mago (México, 2004, de Jaime Aparicio), y me pidió que quería aparecer en los créditos como “Doña Pinoles” y que tenía un vínculo con “Pinolito”, un nombre que yo recordaba muy vagamente, pese a que soy un obseso de la historia del cine mexicano, pero es esa clase de nombre que quizás muy pocas personas recuerdan el día de hoy…
…¿así aparecía su crédito en Caridad (de Jorge Fons, un episodio de Fe, esperanza y Caridad, México, 1972) y las otras películas en las que participó como actor infantil?
Justamente en Caridad aparece sólo como Fernando García Ortega, pero después su nombre artístico sí fue Fernando García “Pinolito”. La verdad fue un impacto muy fuerte porque no esperaba encontrarme con una historia así, con que ese niño actor ahora era Coral Bonelli, una mujer de un metro con 75 centímetros, rubia, con bolso, vestido, tacones, etcétera, y del contraste con su madre, que es una mujer muy bajita, pequeña, que tiene una apariencia de mujer muy mayor y muy frágil. De entrada, lo que me atraía mucho era el contraste, son dos personas absolutamente contrastantes en el aspecto físico y eso me provocó mucho interés.
Mientras que la infancia de muchos fue grabada por nuestros padres, abuelos o familiares en una cámara de video o en super8, en formatos de aficionado o caseros, la infancia de Fernando se encuentra filmada en 35mm por directores de la talla de Jorge Fons, Sergio Olhóvich, Alberto Bojorquez , Rubén Galindo y una serie de directores de los años setenta y eso me parece interesante, hay un juego de ficciones dentro del cine que los personajes tienen.
También hay cambios en su vida: de ser primero un fonomímico que imitaba a Raphael a convertirse en un niño actor que interpreta personajes, y después a asumirse como Coral Bonelli, con una nueva identidad genérica, y a imitar, otra vez, pero ahora a gente como Lucha Villa o Celia Cruz, estamos ante una construcción de ficciones constantes. Y mi formación teatral, mi pasión por los actores y mi amor por el cine mexicano, hicieron que el tema me resultara enormemente apasionante; más, por supuesto, con el asunto de la diversidad sexual, el rompimiento con el pasado a los treinta y tantos años, asumir una nueva identidad y vivir como mujer me parece de una enorme valentía, que es quizá lo que me parece más conmovedor del caso. A eso se le añade una relación muy potente entre madre e hijo, hija en este caso, personalmente me atraía muchísimo contar. Ellas reunían, de alguna manera, todos los elementos que más me apasionan: el cine mexicano, la relación madre-hijo, la diversidad sexual y además eran actores-actrices, lo que resultó un poco un coctel Molotov de las cosas que me apasionan y que estaban reunidas en dos personas.
Eso lo fui descubriendo un poco en el camino, la primera impresión realmente fue de fascinación y pasaron muchos años, porque mis procesos no son inmediatos sino que requieren una decantación y una reflexión que puede llevar años, hasta que un día me decidí, les hice una llamada, un domingo a las nueve o diez de la noche, para preguntarles: “¿Puedo ir a su casa a verlas?”. Sentía que necesitaba dar un paso hacia adelante, comenzar a recabar sus testimonios y ver que iba a ser eso. No sabía muy bien si iba a ser un cortometraje o un largometraje, lo único que quería es que sus testimonios no se perdieran para la historia, que estas micro-historias contadas por personajes casi anónimos dentro de la historia del cine –el personaje de Fernando en Caridad es el penúltimo crédito dentro del roller– no se perdieran. Y esto es otra cosa que me obsesiona muchísimo: la memoria. Cómo podemos olvidar el pasado y no tener memoria con respecto a las películas, los hechos fílmicos o la gente que participó en ellas. Entonces, un día no pude mas, las busque y empezamos a hacer el documental.
Su vida, de alguna manera, podría haber sido escrita por Corin Tellado o Yolanda Vargas Dulché, o por el guionista de una telenovela. ¿Sientes que su vida es como un melodrama?
Sí, por supuesto, y eso me parece fantástico, es una vida muy popular que responde mucho a lo que pensamos que hay en las clases populares: llena de desgracias, de pequeños triunfos, de éxitos. Pero, sin duda, muy marcada por circunstancias contrarias a los deseos de ellas y claro que podría leerse como un melodrama. No me asusta para nada el género…
…Luchino Visconti hacía melodramas…
…Visconti hacía grandes melodramas, y es que hay de melodramas a melodramas. El cine mexicano tiene grandes melodramas. La Época de Oro del Cine Mexicano está construida de grandes melodramas y, en general, es un género con el que los mexicanos nos conectamos de manera muy fácil, estamos entregados al melodrama y construimos nuestros referentes emocionales, nuestra cultura sentimental, a partir de los melodramas, por la telenovela, el cine o la música.
Abordar el género no me asusta para nada pero sí, tienes razón, son personajes melodramáticos y también un poco fársicos, hay un poco de esperpento en eso y lo digo sin afán escarnecedor: hay, sin duda. mucho esperpento. De hecho alguien me preguntaba que por qué no hacía una ficción en lugar de un documental, son personajes increíbles, construye una ficción. Claro, mucha gente ve al documental como un género menor, consideran que no son películas, cosa con la que estoy en contra, pero mucha gente lo sigue viendo así. Yo creo que nadie me creería esa ficción, esa vida, que viven en un lugar así de increíble. Su casa es un templo a su propia carrera, a su paso por el espectáculo y nadie creería que alguien pude vivir de esa manera; además, que viven en Garibaldi, que vivieron el temblor y que además el papá de Coral era un mariachi, en fin, una serie de circunstancias vitales que suenan tan excesivas que rebasan un poco el ámbito melodramático para rozar incluso la farsa en algunos momentos debido a lo excesivo que son ellas mismas.
Sin duda, la historia tenía esa vocación melodramática y todo el documental está construido sobre eso: tiene canciones, momentos de risa, de llanto, como lo que entenderíamos que debe ser una película mexicana.
Que podría llamarse Cuando las hijas se van…
…no se van, más bien se quedan.
Los dos personajes son fascinantes y su relación es fuera de serie, pero Coral puede ser un personaje grotesco y hasta patético, hay una parte en que la madre afirma que mientras fue hombre le fue muy bien, pero desde que se volvió mujer no la volvió a hacer y cayó en la prostitución. ¿Cómo evitaste caer en excesos melodramático-arrabaleros?
Tienes toda la razón, era muy fácil dejarse llevar por el melodrama mas ramplón y ser conmiserativos y tener compasión por ellas, y eso es precisamente lo que traté de evitar. La verdad es que el espacio donde ellas viven, que es una vecindad muy herrumbrosa sobre Eje Central Lázaro Cárdenas, en el corazón de Garibaldi, en la Ciudad de México, que no era muy distinta al lugar donde vivían mis abuelos, donde pasé todas las vacaciones de mi infancia, ni tampoco al lugar donde vivían mis padres, una vecindad en el centro, en la calle de Donceles. Me sentía muy conectado con ese mundo y sentía que las entendía, que de alguna manera no podía verlas desde arriba y decir “pobrecitas”, “pobres personajes, que mal les ha ido. Hay que redimirlas”, sino verlas realmente de frente a los ojos y entender que las motivaciones profundas de la necesidad de un cambio vital y lo que se sacrificaba con ese cambio de identidad genérica no era muy distinto a lo que nosotros hacemos, a lo mejor mucho más extremo a lo que cualquiera hace. Nunca las vi como gente que fuera menor que yo y no sé si sea un acierto, pero sí creo que es algo que la gente nota en el documental. A mi me asustaban mucho las reacciones de la gente que justamente pudiera sentir compasión y decir: “bueno que vida tan precaria, pobrecitas” y nadie me lo ha dicho hasta este momento, al contrario.
Creo que lo que ellas ofrecen en Quebranto es, incluso, una lección de esperanza, como decir: “Hemos vivido todo esto, hay muchas cosas que no son agradables, pero seguimos viviendo y es un día a día esperanzador, pues esperan que llegue la película de sus sueños, que ocurra algo que mejore sus vidas, continúan trabajando incansablemente, en fin, no son personajes que se hayan detenido y hayan dicho: “que terrible vida he tenido, ahora compadézcanse de mi”. Para nada, ellas siguen viviendo y seguirán luchando el resto de sus vidas porque así ha sido siempre, una lucha constante contra la adversidad, pero en la que han sabido vencer una y otra vez ,y siguen juntas. Creo que lo único que probablemente podría quebrantarlas es la ausencia de una de las dos y por eso existe esta relación entre ambas, que es muy compleja, como la que cualquiera tiene con su madre, que entraña conflictos muy severos y añejos, probablemente entraña también un amor profundísimo, que no se puede romper. Han vivido juntas cincuenta años y seguirán así hasta la muerte de alguna de las dos, que ojalá no ocurra pronto, pero será lo único que, probablemente, logre derrumbar a estos personajes y romper su vínculo de alguna manera.
Este artículo forma parte de los contenidos del número 29 de la revista cine TOMA, de mayo-junio de 2013. Consulta AQUÍ dónde conseguirla.