Anticristo, una visión nihilista del mundo
por José Luis Ortega Torres
La programación de la Muestra Internacional de Cine de la Cineteca, en su edición quincoagésima segunda, incluye una cinta que no había llegado a las pantallas mexicanas por incógnitas razones, la controvertida Anticristo, del impulsor del movimiento Dogma, Lars von Trier.
Convertida en un suceso polémico desde su estreno en el Festival de Cannes, en mayo del 2009, el decimosegundo filme como realizador de Lars von Trier se convirtió en el blanco preferido de los francotiradores de la crítica, esos seres sin mayor preocupación que vagar por los festivales para hacer escarnio de cuanto filme se les ponga enfrente, dejando de lado el análisis serio o el comentario prudente, según sea el caso. Para Anticristo (Antichrist, 2009), las críticas de bote-pronto hicieron eco de las voces que se alzaron acusando al cineasta danés de misógino y pornógrafo.
El tiempo, que siempre es el mejor amigo de la maestría fílmica, puso a cada quien en su sitio, y ahora, diecisiete meses después de la polémica, por fin llega a nuestras pantallas ese obscuro objeto del encono, que en palabras de su propio autor es un filme doloroso que brota de un momento de crisis personal y creativa que lo sumió en una profunda depresión y que ve la luz del proyector gracias simplemente a que fue realizado como un complejo proceso terapéutico.
Nada hay que reprochar si esa es la génesis de Anticristo, porque ello no debe tomarse como justificación a la esencia del filme –para cualquier lado que desee inclinarse la balanza de la crítica–, pues no se trata de un garbanzo de a libra, sino de una obra que se inserta perfectamente en el engranaje creativo del universo personal de una mente atormentadora, más que atormentada, de uno de los pocos cineastas que ya tiene asegurada su inclusión obligatoria en los futuros recuentos del segundo centenario del cinematógrafo.
Pero von Trier no sólo es un provocador gratuito como tantos otros falsos profetas de la imagen en movimiento que predican sus nuevos evangelios en las citas festivaleras de cada año. Von Trier es un autor y, ante todo, un esteta. Un artista obsesionado no únicamente con las miles de posibilidades semióticas de la imagen, sino también con la estética que se compone de la yuxtaposición entre signo y significado al interior de un mismo plano y la posterior concatenación de cada uno de ellos. De ahí que desde su ocre visión en el decadente mundo europeo de El elemento del crimen (Forbrydelsens element, 1984),hasta su auto forzada austeridad del díptico sobre Estados Unidos Dogville (2003)/Manderlay (2005), se puedan contar momentos plenamente autorales en los que cada escena, por brutal que parezca, se convierte en una pincelada de matices delicados.
Siguiendo este planteamiento, nos damos cuenta que Anticristo nos ofrece, de inicio, un prólogo cuyos primeros minutos son de los más bellos que se han filmado en décadas. Un compilado de claroscuros, genitalidad, cámaras lentas, cuerpos, gemidos en silencio y muerte, que dan paso a una historia capitulada donde la culpa por una muerte accidental –si no provocada, quizás sí permitida– se transforma en un miedo irracional al entorno, como una forma de hacer patente el síntoma que define el trauma y que encontrará una válvula de escape en la explotación de una sexualidad desenfrenada.
Pero en el cineasta danés nada es lineal, ni simple. Anticristo no es ese juego “pornográficamente misógino” que se ha hecho parecer. “El caos reina…”, es una frase con la que von Trier parece reprocharle al público, por voz de una figura animal que se pretende diabólica en su entidad natural y salvaje –que se extiende a Tres Mendigos igualmente bizarros e intimidantes–, se convierte, en el universo del danés, en una declaración de principios donde se hace patente su visión nihilista del mundo, no sólo cinematográfico, y le da el cariz de axioma de la decadencia social, donde el libre ejercicio del placer sexual se convierte en acto onanista, aun cuando se esté acompañado, porque el Ello desencadenado parece ser la nueva era de la psique humana, y enfrentarse a esto de una manera desprejuiciada resulta, cuando menos, embarazoso.
Lo que escandaliza no es el acto de mostrar un clítoris mutilado ni una eyaculación de sangre, sino esa desatada fuerza amoral –nada es bueno, ni malo, sino meramente placentero– de un discurso donde lo humano está ya muy lejos de nuestra propia humanidad.
Este artículo forma parte de los contenidos del número 13 de la revista cine TOMA, de noviembre-diciembre 2010 (ya en circulación). ConsultaAQUI dónde conseguirla.
La película Anticristo, de Lars von Trier, será la exhibida por primera vez en pantalla grande como parte de las 22 películas que integran la quincuagésima segunda Muestra Internacional de Cine, del 4 al 29 de noviembre en la Cineteca Nacional, y en una veintena de salas más en la Ciudad de México a partir del 20 de noviembre. Las actividades inician el 3 de noviembre en el Auditorio Nacional, con una proyección de la copia remasterizada de Los Olvidados, de Luis Buñuel.
Los olvidados (México, 1950), de Luis Buñuel.
El extraño caso de Angélica (Portugal-España-Francia-Brasil, 2010), de Manoel de Oliveira.
Verano de Goliat (México-Canadá-Países Bajos, 2010), de Nicolás Pereda.
Hahaha (Corea del Sur, 2010), Hong Sang-soo.
Un hombre que llora (Francia-Bélgica-Chad, 2010), de Mahamat-Saleh Hauron.
Copia fiel (Francia-Italia-Irán, 2010), de Abbas Kiarostami.
Anticristo (Dinamarca-Alemania-Francia-Suecia-Italia-Polonia, 2009), Lars von Trier.
En un rincón del corazón (Estados Unidos, 2010), de Sofia Coppola.
La leyenda del tío Boonmee (Tailandia-Gran Bretaña-Francia-Alemania-España, 2010), de Apichatpong Weerasethakul.
Submarino (Dinamarca-Suecia, 2010), de Thomas Vinterberg.
La pivellina (Italia-Austria, 2009), de Tizza Covi y Rainel Frimmel.
La mirada invisible (Argentina, 2010), Diego Lerman.
Del perdón al olvido (Estados Unidos, 2010), Todd Solondz.
Materia blanca (Francia-Camerún, 2009), de Claire Denis.
Los gatos persas (Irán, 2009), de Bahman Ghobadi.
De dioses y de hombres (Francia, 2010), de Xavier Beauvois.
Los niños están bien (Estados Unidos, 2010), de Lisa Cholodenko.
Un filme socialista (Francia-Suiza, 2010), de Jean-Luc Godard.
Conocerás al hombre de tus sueños (Estados Unidos-España, 2010), de Woody Allen.
Tetro (Estados Unidos-Italia-España-Argentina, 2009), de Francis Ford Coppola.
Dulce hijo (Hungría-Alemania-Austria, 2010), de Kornél Mundruczó.
El amor de mi vida (Gran Bretaña-Australia-Francia, 2009), de Jane Campion.
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